Como una
fiebre,
todos los
días y a cada momento que podíamos,
nos
escribíamos sin pasar por alto alguna situación de nuestras vidas sin
contarnos.
Como una
fiebre,
los dos
ardientes hablamos por horas sin cansarnos,
aguantando el
sueño y trabajo para simplemente compartir lo que pensábamos.
Como una
fiebre,
delirábamos
en fantasías y encantos que sólo imaginamos,
para ser
felices un momento y olvidarnos de lo real.
Pero como una
fiebre,
fue curando y
opacando los pensamientos,
desapareciendo
lentamente… pero dejando rastros.
Rastros que
por timidez ocultamos,
pero que no
comentamos,
porque
simplemente ignoramos.
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