Como todos los años Emma, sabía que los 31 de diciembre, tenía que pasarlo con la familia del esposo y que ese eterno tiempo sería hasta la primera semana de Enero, cuando por fin podía volver a su casa, su hogar, su rutina, su vida, su reino. Antes de viajar ella tenía que mentalizarse que iba al Reino de esa Reina regia, fuerte de caracter, a la que lo único que le complacía era la visita de su hijo, su príncipe amado que por culpa de una malvada reina había caído en un hechizo malo que hacía que él se olvidara de ella y prefiriera estar más tiempo en el otro reino. Es por eso que para ese tiempo, Emma sabía que tenía que darle la razón a todos, decidir callar la boca y acceder tomar el papel de una criada dispuesta a lavar los platos, las ollas y todo lo que esta Reina y sus príncipes ensuciaran, sin quejas, solo con una sonrisa de hipocresía demostrando que ella estaba dispuesta y que no era ninguna molestia para evitar una lucha de reinas. Al principio fue difícil e incomprensible para Emma algunos sucesos, a lo que prefirió encerrarse en la torre de su habitación para aprovechar el desdén de la Reina por atender a su pequeño príncipe no tan pequeño... mientras ésta lo complacía con comidas y buscaba cualquier excusa para retener su atención. Emma aprovechaba su libertad para dormir y para escribir. Los primeros años Emma no había descubierto el tesoro de la soledad sin sentirse mal, y sin querer competir, pero con el paso del tiempo desistió de luchar como oponente a esa Reina y dejar que ella hiciera lo que ella quisiera. Ahora los fin de año no son una molestia, ella sabe que aunque la Reina se de toda la pompa y con orgullo diga que le ha ganado a Emma, más bien es Emma la que ha ganado, encontrando tesoros en un reino que no es de ella. Pues al fin y al cabo, Emma sabe que pronto se va a su reino donde toda la atención es para ella porque ella es la Reina. |
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