Los delirios de Jacinto


Ella fue lo mejor, pero también lo peor. Era de esas que con solo una palabra, hacía sentir escalofríos. Poco a poco comenzó a germinar una confianza en un ser que por los momentos sólo se había revelado por palabras, pues no se habían visto.

Él como el anzuelo al pez, sin querer se encontró con un ser que a medida que pasaban los días su curiosidad alimentaba y sus pequeñas dosis de palabras empezaban a despertar en él un sentimiento que no podía identificar si era real o imaginario.

Él sabía que era un peligro, que quizás todo esto se iba a tornar en adicción, temía que ese ser se convirtiera en su dosis diaria y anhelaba cada día poder verla cara a cara para de una vez por todas despertar... o seguir soñando.

A veces no había palabras, pero sabía que ella estaba ahí, porque podía sentir su respiración, podía sentir su calor y ella le daba justo lo que en ese momento necesitaba... beber el agua para calmar su cuerpo y también su alma.

Los días eran eternos, cuando él no la escuchaba, pero se decía para sí: "Por ti puedo esperar todo el día, por ti puedo esperar todo un año, porque sé que sólo soy feliz a tu lado".

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